1. Introducción
Cuando en 1882, Fran Von Liszt diseñó el Programa de Marburgo, no se hubiera podido imaginar cómo los centros penitenciarios -donde se tratarían a los “delincuentes no ocasionales pero corregibles” [1]- colapsarían a tal punto que muchas de aquellas instituciones llegarían a ser catalogadas como “crímenes del Estado contra el pueblo" [2]. Así, una de las características más visibles de nuestra realidad penitenciaria es la presencia de un número importante de internos en situación de especial vulnerabilidad. Así, muchos de ellos padecen enfermedades graves como Sida, tuberculosis, insuficiencia renal crónica, cáncer, etcétera; todo lo cual se ve agravado debido a las condiciones de los centros penitenciarios: hacinamiento –debemos tener presente que la población penitenciaria en 1994 ascendía a 19,399, mientras que a setiembre del presente año, ésta asciende a 45,373 [3]-, insuficiencia de asistencia médica especializada, consumo de drogas, escasa alimentación, entre otros problemas comunes a la realidad penitenciaria latinoamericana.
A esta crisis penitenciaria se han sumado diversos problemas de seguridad como micro comercialización de estupefacientes, prostitución, corrupción y violencia interna. Sin embargo, dicha problemática se ha agudizado a tal punto que al interior de los establecimientos existen verdaderas organizaciones criminales que, a través de diversos medios electrónicos como celulares y blackberrys planean extorsiones, robos y secuestros.